Incluso en pleno invierno ya aparecen las golondrinas comunes volando entre las calles del pueblo. Son las primeras nidificantes en cruzar el estrecho y, aunque una golondrina no hace primavera, anuncian la próxima estación. Siempre ligadas al hombre construyen o reparan sus nidos en el interior de cortijos, casas, naves y "doblaos". Una taza construida con barro y paja que pegan a las paredes y forran con plumas.
El hombre del campo siempre las respetó sabiendo sin duda los beneficios que le aportan al cazar tantos insectos. Según estudios ornitológicos una golondrina común caza unos 1.000 insectos al día, casi todos ellos al vuelo y cerca del suelo.
La otra especie de golondrina, la daúrica, es mucho más silvestre que la común. Prefiere covachas, abrigos rocosos, puentes o chozos de piedra abandonados. Al vuelo se parecen las dos especies, pero ésta tiene la cola bastante más larga y un bonito color dorado en la nuca y obispillo. Era una especie rara a principios del siglo XX pero ha proliferado mucho y ahora es fácil de observar sobre todo en Extremadura. Algo más tardía que la otra otra golondrina, no es raro verlas anidando hasta en septiembre.
En el viejo chozo de piedra que sirvió de refugio al pastor hay un curioso nido en forma de media ánfora pegada en la cúpula. Escuchaba los gorjeos de la pareja de golondrinas daúricas dentro del pequeño y desconchado "bujío" mientras me acercaba a aquel cerro rodeado de rastrojos. Salieron por el ventanuco y revolotearon a mi alrededor. Entendí su mensaje y me alejé.
Siempre disfruto con el vuelo de las golondrinas mientras recuerdo aquella canción infantil que imitaba su cantar. También me viene a la memoria el famoso poema de Bécquer, aunque para mí que se trataban de aviones comunes. Alfonsina Storni les dedicó uno de sus Poemas del Alma antes de que, como le cantó Mercedes Sosa, se fuera "por la blanda arena que lame el mar".
Golondrinas comunes
Golondrinas daúricas