Aunque su temperatura en física es una de las más bajas, el rojo irradia calor. Tan apasionado que se desborda a la vista y se satura de amor, de arrebato y frenesí y de vital energía. Un color para la sangre y para el peligro pero, a su vez, para la calma de una tarde al horizonte.
No hay primaveras sin rojo, sin novias del campo, amapolas. Ni el otoño lo sería sin rojos frutos o sin hojas que, después del amarillo, se desplazan hasta el rojo. Mi atención se clava en ojos rojos, en rojas bayas, en plumas rojas.
¿Quien podría apartar su mirada de ese encendido color que atrae tantos impulsos? ¡Qué explosión de calidez! ¡Qué fuerza y excitación! ¡Y cuánto será el vigor que con apenas un punto embelesa, provoca y excita!
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Campo de amapolas |
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Hojas de liquidámbar en otoño |
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Nidos artificales de cigüeña |
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Libélula (Crocothemis erythraea) |
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Alcornoques descorchados |
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Atardecer en el embalse de Alange |
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Colirrojo tizón macho |
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Petirrojo y frutos de rosal silvestre |
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Perdiz roja macho |
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Cerezas en el Valle del Jerte |
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Madroño, frutos y flores |