Una tarde se levantaron cúmulos de algodón, tan blancos que deslumbraban, para descargar tormentas que sobrecogieron a las montañas.
Otro día se vieron deshilachados los cirros contrastando con sus jirones aún más los saturados azules.
Me gustó andar entre ellas, sutilmente posadas en el suelo, leves brumas, frías nieblas.
Y en las laderas del viento las vi nacer entre los bosques espesos, renovando la humedad.
Desde el rojo hasta el violeta tiñeron orto y ocaso, dibujando el horizonte con garabatos al paso de las bandadas de pájaros.
También me regalaron banderolas de color y un arco-iris se curvó ante los rayos del sol, tornasol entre su jugo, gotas de agua benditas, ofrendas para la vida.