“Lo mesmito que los mícales hacen parás en el cielo” escribió hace noventa años el extremeño Luis Chamizo. Hoy siguen cerniéndose sobre nuestros pueblos y en sus campos, pero menos. Sin huecos donde anidar y con sus presas envenenadas resisten los embates de los nuevos tiempos. Sólo algunos cortijos abandonados, con sus tejas movidas y sus paredes de tapia arrumbadas arropan a los primillas. Restos de una vida laboriosa y honesta que también se desmorona.