Mochuelo es pequeño, plumoso, suave. Sólo las uñas de sus garras y su pico son duros cual afilados garfios de acero. Lo llamo dulcemente, silbando, y viene hacia mí con un vuelo raso que parece que flota en no sé qué ambiente ideal.
Consagrado a la diosa Atenea, símbolo de sabiduría, ubicuo y tímido, la más diurna entre las nocturnas ha sido elegida ave del año. Desde aquí mi fascinación por el paisano de cortijos y olivares, majanos y pedregales.